viernes, 8 de octubre de 2010

Pescando Marlins desde una balsa

La pesca ha sido una de mis pasiones desde niño. La he practicado en casi todas su modalidades pero ninguna ha sido tan emocionante como la historia que voy a contar.

Año 1992, La Habana. Allí vivía en un cuartico frente a “La Chorrera” en la Avenida del Malecón habanero, a pocos metros del túnel que une el Malecón con la 5ta avenida de Miramar por el Túnel de Línea que pasa debajo del rio Almendares. El olor de la sal y mariscos, la juventud que lo visita rebosando vitalidad, su paisaje urbano junto al amplio espectro de colores desde el verde escarlata al azul más intenso hacen de esta avenida un recuerdo inborrable a los sentidos, de todos los que pasamos algún día por La Habana.




Robly, mi amigo desde niño, cuando compartíamos cuarto en la escuela de Natación Marcelo Salado, se había empeñado en formarme como “pescador total” y yo había aceptado el reto. Ya dominaba la pesca submarina, con caña desde la costa, con pita desde barco pero me faltaba la asignatura más exigente, la pesca en una balsa de cámara de camión.

La Habana por esa época estaba viviendo una de las crisis alimentarias más agudas de su historia reciente, estábamos en medio del mal llamado “Período especial”, que de especial solo tenía la ausencia de todo tipo de alimento. La escases prolongada se convierte en hambre crónico, sobre todo psicológico, y una de las pocas formas de combatirlo era pescando, luchando primitivamente con la naturaleza.

Cuando Hemingway escribió “El viejo y el mar” no existía esta modalidad de pesca mil veces más intensa y más arriesgada, la pesca en cámara es la madre de todas las pescas, un relato hecho por él sobre esta modalidad de pesca hubiera vuelto a ganar el Nobel de Literatura.

El protocolo era sencillo. Nos levantábamos a las 4:00 AM y saltábamos al mar en nuestras cámaras de camión previamente preparadas. La cámara debe estar bien inflada y envuelta por una maya de pescador que permite al tripulante sentarse en su parte central y superior sin que el culo le roce el agua. Los pies, provistos de aletas (patas de rana) se dejan colgando hacia el agua. Ellos constituyen el motor del pescador, nada de velas, ni remos, las manos deben estar totalmente libres para la actividad. Esto para mí no era problema, ya que patear con aletas durante varias horas seguidas en el mar lo había practicado en mis interminables horas de pesca submarina.


Pescador en cámara
La primera actividad, en la oscuridad de la noche era pescar el “vivo”, que sería la carnada para la pesca de altura. El “vivo” son chicharros de un palmo de longitud. Para ello contábamos con unos pequeños carretes de pita fina con anzuelos pequeños y unas plumillas. Nadábamos con las aletas sin parar para imprimir velocidad a la pequeña embarcación y curricaneabamos hasta que picaban los chicharros. Los sacábamos del anzuelo con cuidado y los dejábamos en un vivero de malla que dejaba pasar el agua, que llevábamos atado a la malla de la cámara, dentro del mar para mantenerlos vivos durante varias horas. Esa primera actividad era tan importante ya que si no tenia éxito te podías ir a casa a desayunar.

Ese día cogí 5 chicharros, con una vitalidad tremenda. Al amanecer salimos aleteando mar afuera, a buscar los Marlins a un par de Kilómetros alejados de la desembocadura del rio. Esa es una zona propicia, y cuando los primeros rayos de sol asomaban, descubríamos decenas de pequeñas balsas que de noche solo sabíamos de su existencia por los gritos de sus tripulantes. Es un espectáculo increíble ver que tantas personas en su mayoría adolescentes, están haciendo lo mismo que tú. De hecho, la ausencia de miedo en las tinieblas de la noche se debe a la sensación de compañía que producen los otros pescadores. Robly se mantenía a unos 100 metros de mi cámara dándome instrucciones permanentemente.

En ese momento la actividad cambia bruscamente. Guardamos los carretes de hilo fino y sacamos grandes carretes de hilo grueso y grandes anzuelos. Enganché el primer chicharro sobre las 6:45 AM, y con paciencia dejé que nadara a su aire para donde su agonía lo llevara. A los pocos minutos siento un fuerte tirón que provoca que el carrete caiga al mar a pocos metros de la balsa y empiece a desenrollarse aceleradamente. Me muevo (nado) con rapidez para alcanzarlos y lo agarro con firmeza. Las pulsaciones se me pusieron a mil, es una sensación que hay que vivir para saber la emoción que genera. De pronto la balsa y todos sus ocupantes empezamos a ser arrastrados por aquel animal que había picado el anzuelo con una fuerza y velocidad increíble. Comencé a gritar y pedir ayuda debido al estado de nervios que tenia y la inconsciencia de que debía hacer a partir de ese momento.
Fue entonces cuando lo vi saltar sobre el agua a 50 metros de mi balsa. Era un Marlin enorme, precioso, azul como el mar, poderoso y energico, dispuesto a luchar con todas sus medios por la supervivencia. En ese momento comenzó la batalla, Robly me daba instrucciones y el animal se movía con una fuerza y determinación increíble.

Comenzó un paseo de varios minutos frente al Malecón, hasta que sentí un tirón final y como aflojaba la pita. El pez había vencido, me había partido la pita tal vez por la falta de maña a la hora de preparar los avíos o por lo precario de los mismos. Si la primera emoción fue intensa esta decepción fue terrible. Me dieron ganas de tirarme al agua a perseguirlo, pero no había nada que hacer. Los pescadores cercanos, sorprendidos que un novato pegara una pieza tan rápido, se acercaron a darme ánimo. Me costó seguir pescando pues estaba derrumbado.

Preparé nuevamente el avío, enganché otro chicharro vivo en el anzuelo y volví a probar suerte. Como a la media hora y después de probar con varios chicharros, volví a sentir otra picada intensa. Las emociones se volvieron a reproducir, esta vez esperaba tener mejor suerte. A los pocos minutos de batalla percibí que el pez actuaba de forma diferente, no saltaba por encima del agua para intentar zafarse del anzuelo. Al arrastrarme durante todo ese tiempo fue perdiendo fuerzas hasta que comencé a acercarlo poco a poco y tenerlo a menos de 10 metros de la cámara. Fue entonces cuando vi la enorme picuda que traía enganchada, y yo con los pies dentro del agua. ¿Cómo sacar ese animal del agua sin que mordiera la balsa, o sin que me arrancara un pedazo del pie con sus diente afilados? Mi instinto fue subir los pies a la balsa, pero entonces perdí el equilibrio, la balsa se tambaleó y estuve a punto de caer al agua. Robly se moría de la risa al ver la escena del pescador inexperto y con miedo a la vez. Tuve que tranquilizarme pues la situación no evolucionaba si perdía el control y el peligro de accidente era real. Fue cuando Robly se me acercó y me fue orientando las acciones hasta controlar al animal. Cuando subí la picuda a la balsa estaba totalmente agotada, pero no faltó nada para que la dejara arriba y yo salir nadando. Que espacio tan pequeño para dos seres tan distintos.

Fue una experiencia vital inolvidable. Después vinieron las pruebas para saber si la picúa estaba ciguata. Que si las hormigas o el gato la rechazan es un síntoma de que está enferma, etc. Conclusión, me comí la picúa a riesgo de intoxicar, pero no podía permitir tirarla después de un día tan intenso. Mi amigo Daniel y yo preparamos esa tarde un caldo de cabeza de picúa con “chispa de tren” y 35 grados al intenso sol de la tarde, que nunca olvidaremos. Sudábamos la gota gorda mientras tomábamos alcohol y caldo de pescado.

Hago constancia con este testimonio de mi admiración a los cientos de pescadores cubanos que en los peores años de la crisis de los noventa arriesgaban su vida por sacar en estas condiciones tan difíciles, estas enormes piezas, que casi nunca disfrutaban, ya que tenían que venderlas para sacar sus familias adelante.

Dos años después de estas aventuras, estalló la crisis de los balseros. Muchos de mis amigos pescadores y conocidos del barrio llegaron a EE.UU. sobre sus camaras de camión, con las mismas que antes realizaron las azañas de pesca más increibles que he visto. En una de estas fragiles balsas sobrevivió el mundialmente famoso "niño balsero" Elian González.

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